Despojados de sus alas, descendieron hechos nudo acosados por el rayo.
Felices de caer hasta que la tierra los detuvo. ¡Qué mala suerte!
Cayeron y se quedaron. Anclados en un plano intermedio, entre lo visible y lo invisible; la oscuridad y la luz. Suspendidos en el tiempo de la rebelión, culpables a ratos y en otros ratos hedonistas, mueren con el alba y en la noche resucitan como caracoles tras la lluvia. Un algo desolados, sólo un poco.
Pululan, se desplazan, buscando cómo ser algo menos que dioses, un poco más que ángeles. Se deconstruyen para reconstruirse en un desencuentro de sí mismos. Como arcanos sin baraja que los lea, cubren su rostro con cabello, con telas lujosas que ocultan la vergüenza y la derrota. ¡Tan dramáticos ellos cuando se retratan. A veces blanden la espada, a veces lanzan rayos seductores para encantar a los fieles que no tienen, como los santos. Santos sin devocionario, con el halo torcido, sosteniendo a la rosa hacia la luz. Como los caracoles tras la lluvia.
No saben qué son. No saben cómo ser e igual que caracoles se deslizan de un estado a otro, enredados a la hiedra que los ancla a una tierra que no reconocen como suya, a un infierno que no les pertenece, dramático y frío. Manipulador y efectista antes de dejarse ver, como los caracoles tras la lluvia.
Entonces cuentan su historia desde la teatralidad de una arquitectura narrativa que habla de la corporalidad fractalizada en la piel y en la tela que no alcanza a cubrir seis brazos, dos cabezas, seis figuras disociados de sí mismos, desdoblados en un espacio negativo, inconexos de sí mismos, cóncavos y convexos a la vez. ¡Tan dramáticos!
No saben ser, aunque sepan que son en lo más íntimo de su propia oscuridad, la que nace de la no aceptación del yo el otro, del otro yo que siendo el mismo es distinto, que se ofrece a los ojos de quien mira reclinado en la tierra como Dios, apagada la espada cómo arcángel, cautivador a ratos y en otros ratos roto.
Porque saben, lo saben, que no son nada. Nada más que hombres, subordinados al tiempo, al espacio en que poco a poco se disipan. Y entonces, quizás, no sé, se enrosquen en un nudo, agachen la cabeza y se desaparezcan al centro de sí mismos, como los caracoles cuando llueve.
¿No es eso lo que hacen los hombres cuando han perdido su Paraíso?
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